domingo, 13 de noviembre de 2011

Resumen Primer tomo, sección tercera, Capitulo 8 ( VII parte, final)

7.  Lucha por la jornada normal de trabajo. Repercusiones de la legislación fabril inglesa en otros países.

El lector recordará que la producción de plusvalía o extracción de trabajo excedente constituye el contenido específico y el fin concreto de la producción capitalista, cualesquiera que sean las transformaciones del régimen mismo de  producción que puedan brotar de la supeditación del trabajo al capital. Recordará también que, en el pla-no en que nos venimos manteniendo, el único que contrata con el capitalista, como vendedor de su mercancía, es el obrero independiente, que goza de capacidad legal para contratar. No debe desorientar el hecho de que en nuestro esbozo histórico desempeñen papel principal la industria moderna y el trabajo de personas física y jurídicamente incapaces, pues la primera sólo interviene aquí como una órbita específica y el segundo como un  ejemplo  especialmente  elocuente  de  la absorción de trabajo por el capital. Sin anticipar lo que expondremos más adelante, podemos advertir aquí que de la simple hilación de los hechos históricos se deducen dos consecuencias:
Primera. En las industrias revolucionadas primeramente por el agua, el vapor y la maquinaria, o sea, en las industrias en que nace el moderno régimen de producción, en las fábricas de hilados y tejidos de algodón, lana, lino y seda, es donde primero se sacia el hambre del capital con la prolongación desenfrenada y despiadada de la jornada de trabajo. El nuevo régimen material de producción y las nuevas condiciones sociales de los productores, creadas por él determinan los abusos desmedidos, provocando luego, como reacción, el control social que restringe, regula y uniforma la jornada de trabajo, con sus correspondientes descansos.
He aquí por qué durante la primera mitad del siglo XIX adopta la forma de una legislación puramente excepcional. Mas, tan pronto como la legislación hubo conquistado la zona nativa del nuevo régimen de producción, se descubrió que, entretanto, no sólo se habían acogido al verdadero régimen fabril muchas otras ramas de producción, sino que incluso manufacturas con un régimen de explotación más o menos anticuado, como las alfarerías, las vidrieras, etc., industrias caseras de rancia estirpe, (pag.237) como la panadería, y por último, hasta el llamado trabajo doméstico, desperdigado, como la fabricación de agujas, etc., habrán caído entre las garras de la explotación capitalista, ni más ni menos que la fábrica.
Segunda. La historia de la reglamentación de la jornada de trabajo, en algunas ramas de la producción, y en otras la lucha todavía persistente en torno a esta reglamentación, demuestran palpablemente que, al alcanzar un cierto nivel de progreso la producción capitalista, el obrero aislado, el obrero como vendedor “libre” de su fuerza de trabajo, se halla totalmente indefenso frente al capital.
El establecimiento de una jornada normal de trabajo es, por tanto, fruto de una larga y difícil guerra civil, más o menos encubierta, entre la clase capitalista y la clase trabajadora. Esta lucha se entabla primeramente en el campo de la industria moderna; por eso es lógico que sus primeras manifestaciones se den en el país nativo de la moderna industria: Inglaterra.
Los obreros fabriles ingleses fueron los campeones no sólo de la clase trabajadora       inglesa, sino de toda la clase trabajadora moderna en general, y sus teóricos fueron también los primeros que arrojaron el guante a la teoría del capital. (pag.238)
Francia va renqueando detrás de Inglaterra. Fue necesaria la revolución de Febrero para que naciese la ley de las doce horas, mucho más imperfecta que su original inglés. Sin embargo, el método revolucionario francés pone de manifiesto también aquí sus ventajas peculiares. De un golpe, dicta a todos los talleres y fábricas sin distinción el mismo límite  de la jornada de trabajo, al paso que la legislación inglesa va cediendo de mala gana, aquí y allá, ante la presión de las circunstancias, engendrando no pocas veces verdaderas nidadas de procesos.
En los Estados Unidos de América, el movimiento obrero no podía salir de su postración mientras una parte de la República siguiese mancillada por la institución de la esclavitud. El trabajo de los blancos no puede emanciparse allí donde está esclavizado el trabajo de los negros. De la muerte de la esclavitud brotó inmediatamente una vida nueva y rejuvenecida. El primer fruto de la guerra de Secesión fue la campaña (pag.239) de agitación por la jornada de ocho horas, que se extendió con la velocidad de la locomotora desde el Océano Atlántico al Pacífico, desde  Nueva  Inglaterra a California.
El Congreso obrero general de Baltimore (16 de Agosto 1866) declara : “ La primera y más importante exigencia de los tiempos presentes, si queremos redimir al trabajo de este país de la esclavitud capitalista, es la promulgación de una ley fijando en ocho horas para todos los Estados Unidos la jornada normal de trabajo. Nosotros estamos dispuestos a desplegar todo nuestro poder hasta alcanzar este glorioso resultado.”
Coincidiendo con esto (a comienzos de Septiembre de 1866), el Congreso obrero internacional de Ginebra acordaba, a propuesta del Consejo general de Londres:             “Declaramos que la limitación de la jornada de trabajo es una condición previa, sin la cual deberán fracasar necesariamente todas las demás aspiraciones de emancipación…Proponemos 8 horas de trabajo como límite legal de la jornada”.
Fuerza es reconocer que nuestro obrero sale del proceso de producción en condiciones distintas a como entró. En el mercado se enfrentaba, como poseedor de su mercancía “fuerza de trabajo”, con otros poseedores de mercancías, uno entre tantos. El contrato por medio del cual vendía su fuerza de trabajo al capitalista demostraba a ojos vistas, por decirlo así, que disponía libremente de su persona. Cerrado el trato, se descubre que el obrero no es “ningún agente libre”, que el momento en que se le deja en libertad para vender su fuerza de trabajo  es precisamente el momento en que se ve obligado a venderla y que su vampiro (pag.240) no ceja en su empeño “mientras quede un músculo, un tendón, una gota de sangre que chupar”.
Para “defenderse” contra la serpiente de sus tormentos, los obreros no tienen más remedio que apretar el cerco y arrancar, como clase, una ley del Estado, un obstáculo social insuperable que les impida a ellos mismos venderse y vender a su descendencia como carne de muerte y esclavitud mediante un contrato libre con el capital. (pag.241)

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