jueves, 1 de diciembre de 2011

Resumen Primer tomo, sección cuarta, Capitulo 13(Parte III)

3. Consecuencias inmediatas de la industria maquinizada para el obrero

La gran industria tiene su punto de arranque...en la revolución operada en los instrumentos de trabajo, y...los instrumentos de trabajo transformados cobran su configuración más acabada en el sistema articulado de maquinaria de la fábrica. Pero, antes de ver cómo se alimenta este organismo objetivo con material humano, hemos de examinar algunas de las repercusiones generales de esa revolución sobre el propio obrero.

a) Apropiación por el capital de las fuerzas de trabajo excedentes.
El trabajo de la mujer y del niño

La maquinaria, al hacer inútil la fuerza del músculo, permite emplear obreros sin fuerza muscular o sin un desarrollo físico completo, que posean, en cambio, una gran flexibilidad en sus miembros. El trabajo de la mujer y del niño fue...el primer grito de la aplicación capitalista de la maquinaria. De este modo, aquel   instrumento gigantesco
(pag.323) creado para eliminar trabajo y obreros, se convertía inmediatamente en medio de multiplicación del número de asalariados, colocando a todos los individuos de la familia obrera, sin distinción de edad ni sexo, bajo la dependencia inmediata del capital.

El valor de la fuerza de trabajo no se determina ya por el tiempo de trabajo necesario para el sustento del obrero adulto individual, sino por el tiempo de trabajo indispensable para el sostenimiento de la familia obrera. La maquinaria, al lanzar al mercado de trabajo a todos los individuos de la familia obrera, distribuye entre toda su familia el valor de la fuerza de trabajo de su jefe. Lo que hace, por tanto, es depreciar la fuerza de trabajo del individuo.

Como se ve, la maquinaria amplía, desde el primer momento, no sólo el material humano de explotación, la verdadera cantera del capital, sino también su grado de explotación. (pag.324)

Las máquinas revolucionan también radicalmente la base formal sobre la que descansa el régimen capitalista: el contrato entre el patrono y el obrero.  Antes, el obrero vendía su propia fuerza de trabajo, disponiendo de ella como individuo formalmente libre. Ahora, vende a su mujer y a su hijo. Se convierte en esclavista. En efecto, la demanda de trabajo infantil se asemeja, incluso en la forma, a la demanda de esclavos negros y a los anuncios que solían publicar los periódicos norteamericanos. (pag.325)

La revolución operada por la maquinaria en punto a la relación jurídica entre comprador y vendedor de la fuerza de trabajo, haciendo perder a esta transacción hasta la apariencia de un contrato entre personas libres, habría de brindar más tarde al parlamento inglés la excusa jurídica para justificar la intromisión del estado en el régimen de las fábricas.  Cada  vez que la ley fabril interviene  para  limitar  a 6 horas la
duración del trabajo infantil en  ramas  industriales  que hasta entonces venían siendo li-
bres, el fabricante clama lastimeramente: Muchos padres quitan a sus hijos de las industrias reglamentadas para venderlos a aquellas en las que impera todavía la “libertad de trabajo”. ..Pero, como el capital es por naturaleza un nivelador, como impone en todas las esferas de producción, como derecho humano innato, la igualdad en las condiciones de explotación del trabajo; la restricción legal del trabajo infantil implantada en una rama industrial determina inmediatamente su implantación en todas las demás. (pag.326)

b)  Prolongación de la jornada de trabajo

Si la maquinaria es el instrumento más formidable que existe para intensificar la productividad del trabajo, es decir, para acortar el tiempo de trabajo necesario en la producción de una mercancía, como depositaria del capital, comienza siendo, en las industrias de que se adueña directamente, el medio más formidable para prolongar la jornada de trabajo haciéndola rebasar todos los límites naturales. De una parte, crea nuevas condiciones, que permiten al capital dar rienda suelta a esta tendencia constante suya, y de otra, nuevos motivos que acicatean su avidez de trabajo ajeno.

En primer lugar, en la maquinaria cobran independencia la dinámica y el funcionamiento del instrumento de trabajo frente al obrero. Aquél se convierte...en un perpetuum mobile, que produciría y seguiría produciendo ininterrumpidamente si no tropezase con ciertas barreras naturales en sus auxiliares humanos: su debilidad física y su obstinación. (pag.331)

Como sabemos, la productividad de la maquinaria está en razón inversa a la magnitud de la parte de valor que transfiere al producto. Cuanto mayor sea el período durante el que funciona, tanto mayor será también la masa de productos entre los que se distribuya el valor por ella incorporado, y menos la parte que añada a cada mercancía. Ahora bien; es evidente que el período activo de vida de la maquinaria depende de la magnitud de la jornada de trabajo o duración del proceso diario de trabajo, multiplicada por el número de días durante los cuales se repite este proceso.

El desgaste material de toda máquina es doble. Uno proviene del uso, como en el caso de las monedas, que se desgastan al circular de mano en mano; otro procede de su inacción, como la espada inactiva, que se oxida en la vaina. Este segundo desgaste responde a la acción corrosiva de los elementos. El primero está más o menos en razón directa con el uso de la máquina; el segundo, hasta cierto punto, opera en razón inversa.
Pero, además del desgaste material, toda máquina se halla sujeta a lo que podemos llamar desgaste moral. Las máquinas  pierden en valor de cambio en la medida en que pueden reproducirse máquinas de la misma construcción a un precio más barato o construirse otras mejores que les hagan competencia. Tanto en uno como en otro caso, el valor de (pag.332) una máquina, por nueva y fuerte que sea todavía, no se determina ya por el tiempo de trabajo efectivamente materializado en ella, sino por el tiempo de trabajo necesario para reproducirla o para reproducir otra máquina mejor. Es decir, que la máquina queda más o menos depreciada. Cuanto más corto sea el período durante el cual se reproduzca su valor total,  menor será el riesgo de su desgaste moral y cuanto más larga sea la jornada de trabajo, más corto será aquel período. Por eso es durante el primer período de su vida cuando este motivo especial de prolongación de la jornada de trabajo actúa de un modo más agudo.

Prolongando la jornada de trabajo, se extiende la escala de la producción sin alterar la  parte de capital  invertida  en  maquinaria  y  edificios. Por tanto,  no  sólo aumenta la plusvalía, sino que disminuyen los desembolsos necesarios para su explotación.

En efecto, al desarrollarse la industria explotada a base de maquinaria hace que, de un lado, aumente cada vez más el capital invertido en una forma que, de una parte, hace que sea constantemente valorizable, mientras que de otra pierde valor (pag.333)  de uso y valor de cambio tan pronto se interrumpe su contacto con el trabajo vivo.

El volumen cada vez mayor de la maquinaria hace “deseable”, como advierte el profesor adoctrinado por el fabricante, una prolongación creciente de la jornada de trabajo.

La máquina produce plusvalía relativa no sólo porque deprecia directamente la fuerza de trabajo, abaratándola además indirectamente, al abaratar las mercancías que entran en su reproducción, sino también porque en sus primeras aplicaciones esporádicas convierte el trabajo empleado por su poseedor en trabajo potenciado, exalta  el valor social del producto de la máquina por encima de su valor individual y permite así al capitalista suplir el valor diario de la fuerza de trabajo por una parte más pequeña de valor de su producto diario. Durante este período de transición, en que la explotación de las máquinas constituye una especie de monopolio, las ganancias tienen un carácter extraordinario, y el capitalista procura, como es lógico, apurar bien esta “luna de miel”, prolongando la jornada de trabajo todo lo posible. Cuanto más se gana, más crece el hambre de ganancia.

Al generalizarse la maquinaria en una rama de producción, el valor social del producto elaborado por medio de máquinas desciende al nivel de su valor individual y se impone la ley de que la plusvalía no brota de las fuerzas de trabajo que el capitalista suple por medio de la máquina, sino de aquellas que la atienden. La plusvalía sólo nace de la parte variable del capital, y ya sabemos que la masa de plusvalía está determinada por dos factores: la cuota de plusvalía y el número de obreros simultáneamente empleados. (pag.334)

Ahora bien, es evidentemente que el empleo de máquinas, cualquiera que sea la medida en que, intensificando la fuerza productiva del trabajo prolongue el trabajo excedente a costa del trabajo necesario, sólo consigue este resultado disminuyendo el número de los obreros colocados por un determinado capital. Convierte una parte del capital que venía siendo variable, es decir, que venía invirtiéndose en fuerza de trabajo viva, en maquinaria...en capital constante que, por serlo, no rinde plusvalía.

De dos obreros, por ejemplo, no podrá sacarse jamás tanta plusvalía como de 24. Aunque cada uno de estos 24 obreros sólo aporte una hora de trabajo excedente  de las 12 de la jornada, todos ellos juntos aportarán 24 horas de trabajo excedente , es decir, el mismo número de horas a que asciende el trabajo total de  los  dos obreros. Como  se ve   la  aplicación  de  la  maquinaria  para  la  producción  de  plusvalía  adolece de una contradicción inmanente, puesto que de los dos factores de la plusvalía que supone un capital de magnitud dada, uno de ellos, la cuota de plusvalía, sólo aumenta a fuerza de disminuir el otro, el número de obreros. Esta contradicción inmanente se manifiesta tan pronto como, al generalizarse el empleo de la maquinaria en una rama industrial, el valor de las mercancías producidas  mecánicamente  se  convierte en valor social regulador de todas las mercancías del mismo género; y esta contradicción es la que empuja, a su vez, al capital, sin que él mismo lo sepa, a prolongar violentamente la jornada de trabajo, para compensar la disminución del número proporcional de obreros explotados con el aumento, no sólo del trabajo excedente relativo, sino también del trabajo excedente absoluto.

Por tanto, si, de una parte, el empleo capitalista de la maquinaria crea motivos poderosos que determinan la prolongación desmedida de la jornada de trabajo, a la par que revoluciona los mismos métodos de trabajo y el carácter del organismo social de trabajo en términos que rompen la resistencia que a esta tendencia se opone, de otra parte, poniendo a disposición del capital sectores de la clase obrera que antes le eran inaccesibles y dejando en la calle a los obreros desplazados por la máquina, produce una población obrera sobrante, que no tiene más remedio que someterse a la ley impuesta por el capital.

Así se explica ese singular fenómeno que nos revela la historia de la industria moderna, consistente en que la máquina eche por tierra todas las barreras morales y naturales de la jornada de trabajo. Y así se explica también la paradoja económica de que el recurso más formidable que se conoce para acortar (pag.335) la jornada de trabajo se trueque en el medio más infalible para convertir toda la vida del obrero y de su familia en tiempo de trabajo disponible para la explotación  del capital.

“ Si las herramientas – soñaba Aristóteles, el más grande de los pensadores de la Antigüedad –, obedeciendo a nuestras órdenes o leyendo en nuestros deseos, pudiesen ejecutar los trabajos que les están encomendados, como los artefactos de Dédalo, que se movían por sí solos...; si las canillas de los tejedores tejiesen ellas solas, como esos mecanismos, el maestro no necesitaría auxiliares ni el señor esclavos”. Y Antipatros, un poeta griego de la época de Cicerón, saludaba el invento del molino de agua para triturar el trigo, forma elemental de la maquinaria de producción, como al libertador de las esclavas y creador de la edad de oro. No sabían, entre otras cosas, que la máquina era el recurso más infalible para prolongar la jornada de trabajo.

c)  Intensificación del trabajo

La prolongación desmedida de la jornada de trabajo que trae consigo la maquinaria puesta en manos del capital, provoca al cabo de cierto tiempo, como hemos visto, una reacción de la sociedad, amenazada en su nervio vital, y esta reacción acaba imponiendo una jornada normal de trabajo limitada por la ley. Y ésta, a su vez, hace que se desarrolle y adquiera importancia decisiva un fenómeno con el que ya hubimos de encontrarnos más atrás, a saber: la intensificación del trabajo.

Cuando analizábamos la plusvalía absoluta, nos preocupábamos primordialmente (pag.336) de la magnitud extensiva  del trabajo, dando por supuesto su grado de intensidad.  Aquí, veremos  cómo  la  magnitud  extensiva  se  trueca  en intensiva o en
magnitud de grado. Es evidente que, al progresar la maquinaria, y con ella la experiencia de una clase especial de obreros mecánicos, aumenta, por impulso natural, la velocidad y, por tanto, la intensidad del trabajo.

Tan pronto como el movimiento creciente de rebeldía de la clase obrera obligó al estado a acortar por la fuerza la jornada de trabajo, comenzando por dictar una jornada de trabajo normal para las fábricas; a partir del momento en que se cerraba el paso para siempre a la producción intensiva de plusvalía mediante la prolongación de la jornada de trabajo, el capital se lanzó con todos sus bríos y con plena conciencia de sus actos a producir plusvalía relativa, acelerando los progresos del sistema maquinista.

Al mismo tiempo, se produce un cambio en cuanto al carácter de la plusvalía relativa. En general, el método de producción de la plusvalía consiste en hacer que el obrero, intensificando la fuerza productiva del trabajo, pueda producir más con el mismo desgaste de trabajo y en el mismo tiempo. El mismo tiempo de trabajo añade al producto global, antes y después, el mismo valor, aunque este valor de cambio invariable se traduzca ahora en una cantidad mayor de valores de uso, disminuyendo con ello el valor de cada mercancía.

Mas la cosa cambia tan pronto como la reducción de la jornada de trabajo impuesta por la ley, con el impulso gigantesco que imprime al desarrollo de la fuerza productiva y a la economía de las condiciones de producción, impone a la par un desgaste mayor de trabajo durante el mismo tiempo, una tensión redoblada de la fuerza de trabajo, tupiendo más densamente los poros del tiempo de trabajo, es decir, obligando al obrero a condensar el trabajo hasta un grado que sólo es posible sostener durante una jornada de trabajo corta. Esta condensación de una masa mayor de trabajo en un período de tiempo dado, es considerada ahora como lo que en realidad es, como una cantidad mayor de trabajo.

Por tanto, ahora hay que tener en cuenta, además de la medida del tiempo de trabajo como  “ magnitud extensa ”, la medida de su grado de condensación. La hora intensiva de una jornada de trabajo (pag.337) de diez horas encierra tanto o más trabajo, es decir, fuerza de trabajo desgastada, que la hora más porosa de una jornada de doce horas de trabajo.

Ahora bien, ¿ cómo se intensifica el trabajo ?

El primer efecto de la jornada de trabajo reducida descansa en la ley evidente de que la capacidad de rendimiento de la fuerza de trabajo está en razón inversa al tiempo durante el cual actúa. Dentro de ciertos límites, lo que se pierde en duración del trabajo se gana en intensidad. (pag.338)

Tan pronto como la ley impone la reducción de la jornada de trabajo, que crea ante todo la condición subjetiva para la condensación del trabajo, a saber, la capacidad del obrero para desplegar más fuerza dentro de un tiempo dado, la  máquina se  convierte, en  manos del capital, en un medio objetivo y  sistemáticamente  aplicado  para  estrujar más trabajo dentro del mismo tiempo. Esto se consigue de un doble modo: aumentando la velocidad de las máquinas y extendiendo el radio de acción de la maquinaria que ha de vigilar el mismo obrero, o sea, el radio de trabajo de éste. (pag.339)
El 27 de Abril de 1863, el diputado Ferrand declaraba en la Cámara de los Comunes:    “... Mientras antes un obrero, ayudado por otros, atendía a dos telares, hoy atiende a tres sin ayuda de ningún género, y no es nada de extraordinario que tenga a su cargo cuatro y aún más. De los hechos expuestos  se deduce que en la actualidad se condensan doce horas de trabajo en menos de diez.” (pag.344) No cabe la menor duda de que la tendencia del capital a resarcirse elevando sistemáticamente el grado de intensidad del trabajo tan pronto como la ley le cierra de una vez para siempre el camino de alargar la jornada, convirtiendo todos los progresos de la maquinaria en otros tantos medios para obtener una absorción mayor de fuerza de trabajo, empujarán de nuevo a la industria a una situación decisiva, en que no tenga más remedio que volver a reducir el número de horas de trabajo.

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